Cuando era niño planté una vid en el jardín. Era una plantita de esas uvas verdes, un poco alargadas y dulces. Con el tiempo olvidé mirarla y apenas hace poco recuperé mi pasión por las plantas.
Hoy apuntalaba unos tronquitos en el suelo para que ahí se enrede y extienda la vid. Tiene varios racimos y sus uvas, chiquitas, comienzan a madurar. No crecen mucho, supongo el clima no es favorable, pero alcanzan un tamaño como de capulí y son tan dulces.
Ocupaba mi tiempo en el jardín cuando se acercó mi gato, me dio dos zarpazos en el brazo y se paró frente a mí con la mirada fija y dispuesto a saltar. Lo vi y entendí su mirada. No era hostilidad, no me estaba reclamando por dejar de hablarle, jaja. Quería jugar.
Me lancé sobre él y no huyó. Lo tomé por la cintura y le di un par de vueltas sobre el césped. El respondía con las garras y los dientes. Me mordía, se zafaba, corría y regresaba desafiante. Lo importante de todo esto no es que sea la primera vez que mi gato me invita a jugar. Lo interesante era sentir sus garras y sus dientes sin la intensión de herir; las uñas no rasgaban y los dientes solo señalaban.
Recuerdo que las crías de mi gata, en su 4ta semana, corren y saltan por todo lado y, en el juego, se muerden con toda la intensión. Su madre entonces se acerca, le extiende un zarpazo a alguno, lo acerca a su boca y comienza a bañarlo. Entonces el gatito le muerde y ella también, sonidos leves y más saliva peinando a la cría. Había garras, pero ninguno lloraba porque, como verán, no está mal hincar el diente o clavar las garras; todo depende de la presión y si la intensión es desgarrar o establecer, en lenguaje felino, afecto o una invitación al juego. El arma es parte del entrenamiento y el despliegue de fuerza solo útil para establecer vencedores o perdedores. Y al tratarse del juego, de la simulación, todos resultan conquistadores de las capacidades de su cuerpo.
Para contribuir a la ilusión de igualdad yo también me tumbé en el césped y di vueltas. Le dejé trepar en mi cuerpo un rato y corrí por el jardín. Azuzu saltaba, atacaba, retrocedía y volvía a atacar. Ni un rasguño y eso que yo también le mordí.
Es la primera vez que juego con mi gato. Creo que el experimento que comencé un día ha mejorado nuestro diálogo. Es la belleza de hacer silencio.
Me gusta eso. Me gusta mucho que mi gato adopte formas comunicativas felinas y que yo me permita entenderlas. Es como ser aceptado en los códigos de la especie. Y me siento bien, jugando con un gato (así como algunos juegan con su perro), pero expuesto al diente y la garra. Tengo mis armas, mis ventajas en el combate y así me muevo. Porque claro, no es lo mismo hacerle jugar al gato con un ratón de hule, un hilo, o una bolita de papel (donde el humano infantiliza las capacidades de la otra especie y se mantiene en la ilusión de superioridad): se trata de instinto y de ejercicios de caza, entrenamiento, en igualdad de condiciones.
Azuzu tiene 5 años en la familia, eso equivale a unos 35 años en edad de humano. En diciembre cumplirá 38.
Hoy apuntalaba unos tronquitos en el suelo para que ahí se enrede y extienda la vid. Tiene varios racimos y sus uvas, chiquitas, comienzan a madurar. No crecen mucho, supongo el clima no es favorable, pero alcanzan un tamaño como de capulí y son tan dulces.
Ocupaba mi tiempo en el jardín cuando se acercó mi gato, me dio dos zarpazos en el brazo y se paró frente a mí con la mirada fija y dispuesto a saltar. Lo vi y entendí su mirada. No era hostilidad, no me estaba reclamando por dejar de hablarle, jaja. Quería jugar.
Me lancé sobre él y no huyó. Lo tomé por la cintura y le di un par de vueltas sobre el césped. El respondía con las garras y los dientes. Me mordía, se zafaba, corría y regresaba desafiante. Lo importante de todo esto no es que sea la primera vez que mi gato me invita a jugar. Lo interesante era sentir sus garras y sus dientes sin la intensión de herir; las uñas no rasgaban y los dientes solo señalaban.
Recuerdo que las crías de mi gata, en su 4ta semana, corren y saltan por todo lado y, en el juego, se muerden con toda la intensión. Su madre entonces se acerca, le extiende un zarpazo a alguno, lo acerca a su boca y comienza a bañarlo. Entonces el gatito le muerde y ella también, sonidos leves y más saliva peinando a la cría. Había garras, pero ninguno lloraba porque, como verán, no está mal hincar el diente o clavar las garras; todo depende de la presión y si la intensión es desgarrar o establecer, en lenguaje felino, afecto o una invitación al juego. El arma es parte del entrenamiento y el despliegue de fuerza solo útil para establecer vencedores o perdedores. Y al tratarse del juego, de la simulación, todos resultan conquistadores de las capacidades de su cuerpo.
Para contribuir a la ilusión de igualdad yo también me tumbé en el césped y di vueltas. Le dejé trepar en mi cuerpo un rato y corrí por el jardín. Azuzu saltaba, atacaba, retrocedía y volvía a atacar. Ni un rasguño y eso que yo también le mordí.
Es la primera vez que juego con mi gato. Creo que el experimento que comencé un día ha mejorado nuestro diálogo. Es la belleza de hacer silencio.
Me gusta eso. Me gusta mucho que mi gato adopte formas comunicativas felinas y que yo me permita entenderlas. Es como ser aceptado en los códigos de la especie. Y me siento bien, jugando con un gato (así como algunos juegan con su perro), pero expuesto al diente y la garra. Tengo mis armas, mis ventajas en el combate y así me muevo. Porque claro, no es lo mismo hacerle jugar al gato con un ratón de hule, un hilo, o una bolita de papel (donde el humano infantiliza las capacidades de la otra especie y se mantiene en la ilusión de superioridad): se trata de instinto y de ejercicios de caza, entrenamiento, en igualdad de condiciones.
Azuzu tiene 5 años en la familia, eso equivale a unos 35 años en edad de humano. En diciembre cumplirá 38.

oooh que linda fotooo!!!
This comment has been removed by the author.
Azuzú murió en el 2010. Lo recuerdo con mucho cariño y gratitud.