Túnez fue la chispa de un incendio necesario que se extendió hacia Egipto, Bahréin, Yemen y Libia. Hablamos de tierras áridas, del desierto de las libertades. No me sorprende que haya tanta leña seca. Su gente, con los rostros curtidos por el sol vertical del islamismo, finalmente se levanta en una sola llama enfurecida.
El fuego purificador deja 200 cenizas en Libia en 48 horas de protesta. Sucede que los gobernantes saben cómo drenar la sangre insurgente con el mismo ímpetu que extraen su petróleo.
Mientras tanto Occidente observa y comenta del otro lado de los mares. Los organismos internacionales invitan con mucha timidez a Gadaffi para que no dispare contra los opositores, si es muy amable; y mientras tanto, en el circo, las empresas de la noticia comentan con su acostumbrada imprecisión y a todo despliegue de intereses.
Parece como si el Mediterráneo y el Atlántico se ensacharan. Y pese a la distancia de los medios puedo ver mucha pasión en esos rostros insurrectos. Sobre todo me alegran los rostros descubiertos y la nueva potencia de las voces femeninas.
Quizás esta inoperancia internacional se deba a que en realidad los portavoces no tienen mucho que decir. Los gobernantes del mundo figuran sonrientes y colaboradores en el álbum familiar de todos los dictadores de la región; sus protegidos.
Por un lado pienso que la Unión Europea y la ONU deberían convocar una cumbre extraordinaria y adoptar medidas efectivas para frenar la matanza. No sé si espero sanciones internacionales, pero me preocupa más el hecho de que nadie reacciona.
Por otro lado me asusta pensar en los oportunistas que propondrán, como buenos salvadores, las estrategias occidentales para rescatar a los mediorientales de su primitivismo legal. Occidental es despistados que piensan que las revoluciones del mundo árabe claman por un modelo democrático occidental.
La hoja de ruta deberán escribirla los jóvenes, los nuevos mentalizadores del ideal democrático árabe. Que formulen desde sus desiertos las condiciones para el oasis, a la sombra de las nuevas libertades. Y quiera Alá que en el camino no pierdan el rumbo en los espejismos de occidente.
Creo que los árabes están cansados de todo esto. De la opresión, de la represión, del descaro opulento, del saqueo monárquico. Están hartos del estereotipo. El mundo árabe ya no es lo que era en nuestro imaginario occidental. Lo escucho en las mujeres que exigen su sderechos en las calles con la potencia de un grito de trompeta.
Pero frente a toda represión, qué en este caso es brutal y monárquica, siempre hay una luz. En este caso la salvación vino del Internet y sus bondades de acceso. Porque las juventudes árabes miran y leen a los jóvenes de otros países; se cuentan, se quejan, se organizan. (Por eso Egipto y Libia lo reprimen con tal vehemencia y hasta China se cura a tiempo de la enfermedad del internet).
Un amigo señalaba que Facebook empujó la ficha de este dominó político; pero no podemos reducir la indignación del fuego a un asunto mediático. La última trinchera del libre acceso y sus redes sociales conectaron el pensamiento, pero la rebeldía se expresa primero en el grito censurado y en el dolor de la censura.
También creo que la rebeldía árabe surge de la experiencia del intercambio y la migración. El sueño de libertad de sus nuevas generaciones se nutre de la cuota árabe en Europa.
Esta gente quiere empleo, quiere que las riquezas del petroleo y otros negocios nutran a su familia; pero sobre todo quiere formular sus propios derechos. Quiere cambios y no le teme a la hoguera porque sabe que solo el fuego derrite las eternidades del metal.
El fuego purificador deja 200 cenizas en Libia en 48 horas de protesta. Sucede que los gobernantes saben cómo drenar la sangre insurgente con el mismo ímpetu que extraen su petróleo.
Mientras tanto Occidente observa y comenta del otro lado de los mares. Los organismos internacionales invitan con mucha timidez a Gadaffi para que no dispare contra los opositores, si es muy amable; y mientras tanto, en el circo, las empresas de la noticia comentan con su acostumbrada imprecisión y a todo despliegue de intereses.
Parece como si el Mediterráneo y el Atlántico se ensacharan. Y pese a la distancia de los medios puedo ver mucha pasión en esos rostros insurrectos. Sobre todo me alegran los rostros descubiertos y la nueva potencia de las voces femeninas.
Quizás esta inoperancia internacional se deba a que en realidad los portavoces no tienen mucho que decir. Los gobernantes del mundo figuran sonrientes y colaboradores en el álbum familiar de todos los dictadores de la región; sus protegidos.
Por un lado pienso que la Unión Europea y la ONU deberían convocar una cumbre extraordinaria y adoptar medidas efectivas para frenar la matanza. No sé si espero sanciones internacionales, pero me preocupa más el hecho de que nadie reacciona.
Por otro lado me asusta pensar en los oportunistas que propondrán, como buenos salvadores, las estrategias occidentales para rescatar a los mediorientales de su primitivismo legal. Occidental es despistados que piensan que las revoluciones del mundo árabe claman por un modelo democrático occidental.
La hoja de ruta deberán escribirla los jóvenes, los nuevos mentalizadores del ideal democrático árabe. Que formulen desde sus desiertos las condiciones para el oasis, a la sombra de las nuevas libertades. Y quiera Alá que en el camino no pierdan el rumbo en los espejismos de occidente.
Creo que los árabes están cansados de todo esto. De la opresión, de la represión, del descaro opulento, del saqueo monárquico. Están hartos del estereotipo. El mundo árabe ya no es lo que era en nuestro imaginario occidental. Lo escucho en las mujeres que exigen su sderechos en las calles con la potencia de un grito de trompeta.
Pero frente a toda represión, qué en este caso es brutal y monárquica, siempre hay una luz. En este caso la salvación vino del Internet y sus bondades de acceso. Porque las juventudes árabes miran y leen a los jóvenes de otros países; se cuentan, se quejan, se organizan. (Por eso Egipto y Libia lo reprimen con tal vehemencia y hasta China se cura a tiempo de la enfermedad del internet).
Un amigo señalaba que Facebook empujó la ficha de este dominó político; pero no podemos reducir la indignación del fuego a un asunto mediático. La última trinchera del libre acceso y sus redes sociales conectaron el pensamiento, pero la rebeldía se expresa primero en el grito censurado y en el dolor de la censura.
También creo que la rebeldía árabe surge de la experiencia del intercambio y la migración. El sueño de libertad de sus nuevas generaciones se nutre de la cuota árabe en Europa.
Esta gente quiere empleo, quiere que las riquezas del petroleo y otros negocios nutran a su familia; pero sobre todo quiere formular sus propios derechos. Quiere cambios y no le teme a la hoguera porque sabe que solo el fuego derrite las eternidades del metal.
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